Vivimos constantemente de cara a la galería. Parece que nadie camine de manera natural. Es como si unos focos nos alumbraran, y el clic flash de una cámara nos retratara continuamente en nuestras posturas más comprometedoras.
La belleza que puede desprender uno mismo se ha ido convirtiendo en una carta de presentación que está en todas partes. Las personas escogemos y estudiamos nuestros mejores looks. Analizamos y trabajamos la actitud frente a un espejo. Queremos encontrar a alguien que pueda querernos hasta el resto de nuestra vida. ¿Hasta que punto es sensato, no confiar en que una persona se vaya a quedar mucho tiempo a nuestro lado?
Continuamente nace de nosotros la necesidad de etiquetar a alguien de rollete, esposo, novio, amante o follamigo. Al hacerlo estamos reduciendo las posibilidades de que esa persona nos pueda mostrar lo que representa en esta vida.
La belleza que puede desprender uno mismo se ha ido convirtiendo en una carta de presentación que está en todas partes. Las personas escogemos y estudiamos nuestros mejores looks. Analizamos y trabajamos la actitud frente a un espejo. Queremos encontrar a alguien que pueda querernos hasta el resto de nuestra vida. ¿Hasta que punto es sensato, no confiar en que una persona se vaya a quedar mucho tiempo a nuestro lado?
Continuamente nace de nosotros la necesidad de etiquetar a alguien de rollete, esposo, novio, amante o follamigo. Al hacerlo estamos reduciendo las posibilidades de que esa persona nos pueda mostrar lo que representa en esta vida.
Y es que al etiquetar, estamos poniendo un nombre, un motivo, una fecha. Etiquetar termina significando algo. Representa aquello que ansiamos, y es entonces cuando uno se da cuenta, que tiene lo que no quiere, y quiere lo que no tiene.
La mayoría de veces creemos estar viviendo amores LoveCraftianos que se traducen a meros romances de pacotilla. Curiosamente todo el mundo termina viendo cuando una relación huele mal. O casi todos, pues sus propios componentes no suelen ser capaces de auto imponer un final poco doloroso a el estrépito que va a terminar siendo de todas maneras.
Cierto es que el amor lo puede todo, y que no hay montaña suficiente alta o lago demasiado ancho para que lleguemos a esa persona especial. ¿Pero que sucede cuando la tenemos finalmente cara a cara?
¿Cuales son los verdaderos motivos para no decir en voz alta 'Si, quiero`?
Si quiero, estar contigo.
Si quiero, conocer a tus padres.
Si quiero, que dejemos de ver a otras personas.
Es nuevamente el miedo. Ese mismo miedo que uno vive y
experimenta cuando la indecisión nos obliga a chupar banquillo emocional una vez más. Vemos con furia, como son otros los que juegan nuestros partidos. Pero estamos ocupados pensando en como y cuando hacer. Meditar y reflexionar es sensato, pero ¿Hasta cuando podremos aguantar de reserva?
¿Que sucede cuando el miedo al compromiso no desaparece nunca?
La soledad acecha. Marca cada día que pasa y hemos seguido estando solos. La soledad es posiblemente el mayor mal que cubre nuestra sociedad. Conllevando con ello a un pánico imaginario. Las prisas son malas consejeras y nos pueden conducir a relaciones que no conducen a ningún sitio.
Relaciones sentimentales que no funcionan, pero no terminan por ese miedo al vacío posterior. Es duro reconocerlo, el miedo a estar solos es un motivo bajo el que muchas personas viven expuestas. Motivo más que suficiente para alargar relaciones de todo tipo que no llevan a ningún sitio.
Ese es un limbo donde flotan todas esas relaciones sin sentido. A la espera de que alguien haga con ellas algo poco productivo. Al parecer el amor también entiende de ideas conceptuales. Posiblemente nos atraiga mucho más la idea de estar en pareja, que el echo de terminar teniéndola.
Sería mucho más fácil si en cuestiones emocionales pudiéramos Reducir reciclar. Aunque de momento solo hay la opción de reutilizar y termina resumiendo el clásico -Mierda, me he acostado otra vez con mi ex pareja.
En tiempos remotos el amor era solo un concepto arcaico. Todo era mucho más fácil. Un hombre idealizaba tanto a la mujer de sus sueños, que el miedo a que no resultara como imaginaba, le impedía romper ese sueño. Ese hombre vivía teniendo constantemente en mente a esa mujer, la deseaba con todas sus fuerzas. Pero en la mayoría de los casos el Romance maldito era quien terminaba ganando y separando a esas personas que pudieron haber sido, en panteones distintos.
Hoy en día ya no existe ese tacto. No se estila pedir a alguien si quiere ser nuestra pareja. Sucede sin más. Un día besas a alguien a quien semi conoces, follas en su casa y te permite que te quedes a dormir. A la mañana siguiente, es vox populi que esa persona y tu sois pareja.
Hemos crecido con la imagen de una manzana que condena a una pareja que se quería. Una pareja heterosexual, joven, blanca, católica y delgada que lo tenía todo. Adán y Eva eran perfectos. Vivían en el paraíso, lo tenían todo. Pero distintos deseos y pensamientos fueron los que les llevaron a ser unos desgraciados, terminando por vivir condenados a ser desterrados.
Hoy en día Adán y Eva quedan muy lejos como referente de pareja. Principalmente porque su castigo fue tan simple como tener que marcharse del paraíso. Nuestro castigo es mucho más duro. Nosotros tenemos que vagar con el peso de preguntarnos constantemente a donde van todas y cada una de nuestras relaciones.
Resulta agotador intentar encontrar señales. Analizar si nuestro horóscopo es compatible con el suyo. Descubrir si el chocolate le gusta puro o con leche. Suena demasiado bien plantearse un veridico 'Lo que surja'. La teórica es una cosa, pero a la práctica nunca se parecen mucho los resultados.
Momentáneamente, en el momento que dos extraños pasan a tener una relación contemporáneamente estable, ya tienen que barajar en la más estricta intimidad, si esa es la persona con la que dar un paso más. Unos hijos sanos, un hogar bien decorado y demás objetivos a cumplir.
¿Realmente queremos un matrimonio con hijos y hogar con cortinas y tapicería a juego, o estamos educados y programados para creer que esa santa trinidad emocional es sinónimo de felicidad de la buena?
Entregarse en una relación es muy personal. Intentar marcar unos limites, procurar encontrar tu ritmo, hacer personal e intransferible esos sentimientos hacia otra persona.
Hay quien no lo consigue nunca. Tal vez esas personas no hayan nacido para ello.