Desde tiempos ancestrales, la tristeza ha sido temida como algo malo y doloroso. A pesar de ser cierto, también en la tristeza encontramos lecturas positivas, que aunque desagradables, nos ayudaran a caminar en un futuro, con firmeza más autentica. De alguna manera el conjunto de emociones que nos desagradan, activa también nuestro sistema para hibernar físicamente. Transformándonos en seres apagados, tristes y taciturnos. Un mal humor que esconde decepciones personales que se mezclan con la adrenalina, al pensar que tras ese túnel podamos ver algún día, un poco de luz.
Hay gente que pasa toda su vida triste. Viven sumidos en una tristeza espesa, pasando sus días sin pena ni gloria. Llegando a acostumbrarse, dando a la tristeza el titulo de un Lifestyle, como otro cualquiera.
''No es preciso analizar que puede llegar a darnos esa patina de oscuridad y desamparo. Son muchas las razones y motivos por los que podemos llegar a sentirnos tristes. Desde un despido laboral, una infidelidad por parte de nuestra pareja o la muerte de alguien a quien nos sentíamos muy unidos. El diagnostico de una enfermedad, la empatía que sintamos por el drama ajeno o la balada/película de turno, capaz de despertar nuestro lagrimal''
Así es la tristeza. Y la conexión que tengamos con esta, puede derivar en muchos factores. La tristeza no solo está en Navidad, se codea con nosotros. Merienda en la mesa de al lado, compra en el mismo supermercado que nosotros y espera a que el semáforo se ponga en verde, justo a nuestro lado. Por ese motivo es innegable que en algún momento de nuestras vidas, podamos sentir el flechazo. Algo así como un drama a primera vista, tan ridículo como propiamente bochornoso.
La facilidad con la que a veces nos sentimos tristes es inevitable. Corren tiempos de tristeza tan superflua como desgarradora. La empatía desborda nuestra capacidad de sentir. Todos hemos escuchado historias aterradoras. Hemos presenciado injusticias, barbaridades y en todas ellas, una parte de nuestra alma se ha entregado a los brazos de la tristeza. Porque la tristeza entra en nuestro cuerpo con un simple billete de ida. Nadie sabe cuando decidirá marcharse, convirtiéndose en una de esas visitas de compromiso que tras nuestra forzada sonrisa, deseamos se marchen para que no vuelvan nunca más.
Por suerte o por desgracia, de la tristeza se pueden sacar cosas buenas. No es tan descabellada la idea que de ella se aprende. También nos puede hacer delirar hacia fantasías tan dolorosas como sus mismos efectos. Nadie sabe que forma tiene. Solo sabemos que puede venir a visitarnos cuando menos lo esperamos y porque no decirlo. Cuando menos la necesitemos.
Malas noticias, proyectos fallidos, impagos, rupturas emocionales y un sinfín de motivos nos pueden despertar las ganas de mandarlo todo a la mierda. Pero la tristeza forma parte de nuestro costumbrismo más personal. Es solo necesario el paso de los años y la madurez pertinente, para descubrirlo. Nunca nos desharemos de la tristeza, porque esta no vino para quedarse, en realidad, siempre la hemos tenido dentro.
Se me ocurre que para manejar algunas emociones, deberíamos precisar de una licencia previa. La tristeza es una de ellas. Porque cuando se mezcla junto a sentimientos, estos se ven abordados por emociones nuevas y desconocidas. Las mismas que llegan sin previo aviso, sin que nuestro corazón conozca el temario pertinente, corriendo el riesgo de suspender y tener que pasar todo un verano enclaustrados, con la esperanza de colgarnos alguna medalla al llegar Septiembre y su revalida sentimental.
¿Que nos ofrece la tristeza?