26.9.11

2. Karaoke sentimental.

De repente te das cuenta. Enamorarse es igual que edificar. Durante meses Construimos, levantamos y como en cualquier obra, siempre sufrimos mil y un contratiempo. Siempre se suceden Planos que no coordinan con el proyecto original. Fechas de entrega que no coinciden con las concedidas. Presupuestos presuntamente cerrados, que terminan escapándose de las manos. 


Sería tan fácil tener las llaves. Entrar a vivir en una relación prefabricada. Todos esos contratiempos complican la comodidad final que comporta una relación, y es que cuando uno la ve en un plano poco piensa que no pueda parecerse (ni de lejos) cuando esa relación esté levantada a pared vista.


Por desgracia en la vida real, las relaciones no salen en unos planos, como tampoco salen en una pantalla. No existe un Karaoke sentimental, que nos ayude a no perdernos con la letra. Esas mismas relaciones se cantan mientras se construye. Utilizando cemento de confianza, ladrillos de esperanza, y unas tejas que den cobijo a dos personas que quieren estar juntas. Y en las relaciones, como en la construcción, también hay quien utiliza malos materiales. Son esos cristales que ocultan mentiras. Unas baldosas que tapan desconfianza, puertas que cierran el paso a la dualidad.


Es entonces, cuando uno está dentro de esa edificación construida sobre un solar donde no hay buena comunicación, que termina preguntándose ¿Porque?


¿Tan grande es ese miedo que tenemos a nuestra verdadera identidad, que terminamos haciéndola invisible, a ojos de quien quiere hipotecarse emocionalmente con nosotros?


Para que una relación funcione, ambas partes necesitan coger ese mismo bolígrafo para (a)firmar su pleno consentimiento. Una hipoteca emocional, se firma sabiendo que caminaremos de la mano de otra persona hacia la muerte. Ignorando que siempre habrá letra pequeña. Que en ese esa casa donde viviremos estará llena de buenos momentos, pero muchas puertas. Puertas tras las cuales se esconden, la infidelidad, la mentira, el engaño la ruptura y el olvido.


 Sería fácil saber que contamos con un interruptor al final del pasillo, que abre una luz que nos dejara claro que en ese rellano está la puerta a la felicidad.


Una puerta que da al comedor principal. Donde una mesa preside en cada plato un sentimiento distinto. Y no es cómodo sentarse en una mesa donde se sirve culpabilidad. Hablar resulta tan complicado como saber para que sirven todos y cada uno de los cubiertos, los vasos y las copas. El apetito cesa cuando uno debe entonar el mea culpa. Asumir que se ha fallado a la persona que tanto nos quería. Suele ser común pensar que nuestros errores son menos duros, si los servimos como postre.


Pero nuestras erratas son legitimas. Cicatrices en el corazón de otra persona, que puede sangrar perpetuamente. Notando como el silencio incómodo que comporta el orgullo, va alargando cada vez, más y más esa mesa. Terminando por convertirnos en dos extraños-


De las paredes cuelgan todos esos cuadros. Llenos de fechas y momentos que ya poco importan, convirtiéndose en mera decoración a la que posiblemente ni se le termine sacando el polvo.


Siempre ha sido valido excusarse para ir al baño. Sobretodo si al lavarnos la cara, y mirarnos en el espejo podemos reconocer que hay sentimientos como la inferioridad. Los mismos que consiguen que una relación empiece a agrietarse. Resulta una ardua tarea reconocer que se esconde exactamente bajo nuestra identidad de novio/a.


Nos convertimos en merecedores de decepciones provocadas por un entorno demasiado exigente. Escondemos nuestro verdadero Yo, para dar voz y voto a un derivado de lo que idealizamos en el más profundo del subconsciente. Terminamos siendo aquello que más odiamos, para que no nos abandonen. Agradamos a nuestros semejantes en proporción a lo que nos avergonzamos de nosotros mismos. Terminamos siendo infieles a nosotros mismos, siendo una persona que no corresponde a la que nuestra pareja ama y desea tener cerca.


Tan grande es el miedo que tenemos a nuestra verdadera identidad, que terminamos haciéndola invisible, a ojos de quien queremos impresionar. Llamamos continuamente a un número que no tiene activado el contestador


Pretendiendo dejar un mensaje de ahogo, de necesidad. Viviendo a la espera de una primavera que nunca llega, una necesidad de tener a mano todo aquello que una pareja perfecta, nunca nos va a dar.



Antes de que un Adiós terminara tornándose en jeroglíficos Freudianos. ¿No sería mucho más cómodo para ambas partes, pensar que la otra deja de existir? Como si no cumplir las promesas se volviera en motivo inmediato de caer por ese barranco hacia el olvido. El tiempo lo cura todo, incluso los clichés y las tonterías cimentadas sobre un edificio que ahora está cerrado por derribo sentimental inminente.